Si un lastre hemos heredado de estas tres décadas de autonomía ‘a la española’ es la clase política derivada de la misma. No es que la imposición del mediocre estatuto de autonomía por la vía 143 haya aportado beneficios frente a la centralización franquista, pero los datos están ahí. El diseño, gestión y control de este nuevo modelo para Canarias ha estado en manos de los de siempre; Madrid y sus centinelas en el Archipiélago, con la inestimable colaboración, por supuesto, de las casta caciquil y parasitaria insular. De esta manera se explica toda una generación de presidentes del Gobierno de Canarias tan españolistas y serviles como Jerónimo Saavedra, el gallego Lorenzo Olarte, el español Manuel Hermoso, Román Rodríguez, Adán Martín y quizás el más timorato y absurdo de todos; Paulino Rivero.
En el caso de Rivero y más que ningún otro salta a la vista su limitado alcance intelectual y político, su escasa personalidad y nulo carisma. Una figura realmente nominal, un machanguillo manejable por el cacicato insular y el aparato de la dependencia. Estos días se publica esta imagen de su mansión en El Sauzal (Tenerife) que pronto será finalizada dando un ejemplo inmejorable de auteridad "ejemplo para España". Es así como premian el los caciques insularistas los servicios prestados de su marioneta.
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