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martes, 18 de diciembre de 2012

día 16 de diciembre periódico del día 
Manuel Morales tuvo una obsesión que trasladó más allá de la vida: el conocimiento. En sus últimas voluntades dejó su patrimonio al servicio del estudio. Otros se lo gastan en vida, pero el doctor que eligió trabajar en un pueblo prefirió que sus ganancias se explotaran en favor de aquellos que cada día quieren descubrir algo nuevo.

Falleció en 1986. Inclu
so en Tazacorte, su pueblo soleado de adopción, ya había acabado el verano. Era octubre. En su testamento la responsabilidad de hacer cumplir sus últimas voluntades recayó en Gregorio Guadalupe. "Me sorprendió que me nombrara su albacea; ni lo imaginaba", admite aún. Ambos tienen al menos una cosa en común, son buena gente y fieles a los compromisos que asumen.

Manuel Morales cedió su casa, "con todo lo que exista de puertas adentro", al pueblo de Tazacorte, mientras que el resto de su patrimonio estaba destinado a la creación de una fundación, que hoy lleva su nombre, con el fin de ayudar (becas) para mejorar la formación al más alto nivel de graduados superiores con título de licenciado o doctor, en otros centros de reconocido prestigio, bajo la dirección de prestigiosos investigadores.

Pero realmente, ¿en qué consistía su patrimonio? El dinero en efectivo que había dejado para la fundación era más bien escaso. Pero sí tenía propiedades que "explotar". En concreto, dos solares en Tenerife y dos viviendas, una en Tenerife y otra en Gran Canaria, además de siete fanegas de plataneras en Los Llanos de Aridane y Tazacorte. Para la creación y dar sentido a la fundación había que vender. Y así se hizo. Se traspasó todo lo que estaba fuera de La Palma y, de esta manera, se contó con el dinero suficiente para arrancar el proyecto, tal y como un día había soñado el galeno.

La gestión durante más de dos décadas del dinero obtenido con las ventas ha sido escrupulosa. La fundación apostó primero por los plazos fijos en entidades bancarias hasta que se dieron cuenta de que "ya no era rentable", reconoce Gregorio Guadalupe. En los últimos años, han apostado por los fondos de inversión del Estado, por compra de deuda nacional "a unos intereses atractivos", lo que ha supuesto "que hayamos incrementado el rendimiento de los fondos".

No ha ocurrido lo mismo con las explotaciones agrícolas de la fundación. "Han habido momentos en los que hemos perdido dinero", admite el albacea, aunque en estos momentos "estamos satisfechos con el rendimiento" que las fincas ofrecen. Los gastos son mínimos, por lo que las ganancias se destinan casi en un 100% a las becas para los "cerebros". Las ayudas siempre han sido cuantiosas. Incluso en época de crisis. Se premia a los mejores. En 2011 se repartieron 71.400 euros entre cinco proyectos. Este año se acaban de aprobar 86.000 euros para siete estudiantes. "Hablamos de ir a centros de prestigio en Estados Unidos o Suecia...", apunta Gregorio Guadalupe.

Son viajes de estudios que recuerdan a la propia vida de Manuel Morales, nacido en septiembre de 1902 en Villa de Mazo. Sus desplazamientos eran diferentes. A principios del siglo XX todo era más rudimentario. Siempre estuvo interesado en los últimos avances. En aquello que investigaban los mejores del mundo en medicina. Iba a congresos, a conferencias... Siempre trago consigo algún aparato de última aparición, como los famosos Rayos X en 1931, que "cargó" desde Europa, o el electrocardiograma y el metabolímero, desde Estados Unidos.

"Era un hombre curioso. Interesante. Hizo su carrera con mucho esfuerzo y aunque pudo trabajar en cualquier lugar, debido a su prestigio, eligió Tazacorte. Lo suyo era la medicina romántica", dice Gregorio Guadalupe, quien recuerda que "siempre me decía que en Madrid se pasaba mucho frío. En su época de estudiante no tenía dinero para disfrutar de calefacción en la pensión donde vivía".

A la capital de España llegó en 1920 para realizar estudios superiores en la Facultad de Medicina de la Universidad Central, licenciándose en Medicina y Cirugía.

Entre sus profesores se encontraban Ramón y Cajal, Juan Negrín... y fue compañero de estudios y generación de Gregorio Toledo, José Ortega, Tomás Cerviá o Juan Martín. "Era una esponja. Si venía alguien a La Palma que le pareciera interesante por sus conocimientos, lo invitaba a comer", afirma su albacea. El recuerdo del doctor del pueblo sigue vivo.

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